HOMILÍA INICIO AÑO MISERICORDIA
La Iglesia celebra hoy el III domingo de Adviento, que es conocido por el domingo de Gaudete, del Gozo. Es un alto en el camino de Adviento para gozarnos del Señor que está por llegar.
Nosotros también hacemos un alto y nos reunimos en esta Santa Eucaristía para alegrarnos, gozarnos, cantar de júbilo por que Dios es grande en nuestras vidas el santo de Israel, Jesús, Dios con nosotros.
En la primera lectura, hemos escuchado: “Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate goza de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos”
Podríamos decir también que estas palabras Dios las dirige a nuestra alma, amada por Dios con amor misericordioso. Sí, Dios nos ama tanto que incluso se goza y se complace en nosotros. Nos ama con amor gratuito, sin límites, sin esperar nada en cambio. El Señor ha cancelado mi condena, mi miseria, con su misericordia y ha expulsado a los enemigos de mi alma: la tristeza, el odio, la indiferencia. Por eso nos alegramos con alegría profunda.
“El Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta”. Sofonías nos presenta a Dios como un guerrero que salva.
Qué lucha tan grande tiene que hacer Dios en nuestras vidas para que acojamos su misericordia. Es la lucha para ser Salvador y Redentor. ¡Cuánto nos cuesta ser vencidos por Dios y por su amor misericordioso!.
Se nos olvida pronto que Dios es siempre nuestra victoria. Sí, aunque parezca extraño, cada vez que Él pierde nosotros ganamos. Él es nuestra victoria en cada Eucaristía: Él muere, nosotros vivimos. Es un guerrero que nos gana con su amor misericordioso. Nosotros tan solo tenemos que pasar al frente y presentarle nuestra miseria… esa es nuestra única batalla: reconocer y presentar nuestra miseria y la victoria estará siempre asegurada por su amor.
Por eso, no podemos dejar de estar alegres: qué fácil es ser cristiano cuando se deja uno abrazar por la misericordia del Dios vivo. San Pablo nos lo recuerda en la carta a los Filipenses: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca.
El Señor está cerca y por eso estamos alegres. Es un Dios cercano que nos carga y nos sostiene. Esta es nuestra verdadera alegría, Dios se hace peregrino con nosotros y nos carga con amor de Buen Pastor. Dejemos a Dios ser Dios, dejemos que Él nos alegre cargándonos en sus hombros misericordiosos.
Nuestra visión del mundo, de mi hermano, y de mí mismo cambiará. Ya no será egocéntrica mi visión sino Teocéntrica, con Dios al centro.
El logotipo del año de la Misericordia representa a Jesús buen Pastor cargando en sus hombros al hombre herido, apaleado, cansado y fatigado por el pecado. La cabeza de Jesús y la del hombre, están pegadas, a la misma altura. Y tiene un detalle profundo que explica muy bien lo que es la miseria del hombre y la Misericordia de Dios. El ojo derecho de Cristo y el izquierdo del hombre es el mismo: solo hay tres ojos, no cuatro. ¿Qué quiere decir esto?
- Si somos cargados por el amor de Dios,
nuestra visión cambia radicalmente. Dejamos de ver con ojos humanos y nos vemos
y vemos a los demás con los ojos de la Misericordia
- El amor de Dios no es un amor de justicia y de castigo, se hace uno de nosotros para mirarnos a la cara y decirnos con su cercanía: te conozco, te amo, te sostengo, camino contigo y te cargo con ternura.
- Dios con nosotros, hecho hombre experimenta experimenta el llanto del hombre y el hombre, elevado por Dios, experimenta la alegría del Amor verdadero, incondicional, eterno.
Limpiarse cada día es dejarse abrazar por el amor incondicional de Dios. Dejarse tocar, cargar y escuchar también como nos dice: “ve y haz tú lo mismo”. Experimenta mi Misericordia y sé tú también misericordioso.
Conocer el amor de Dios, ser cargados por Él, ser curados tiene un precio: el del hermano. Si se es amado por Dios, no se puede no amar al hermano.
Cruzar la Puerta Santa más que nunca significa entrar en el corazón de Dios para que desde dentro también pueda buscar a mi hermano, quien también vive en el corazón de Dios.
Dios Padre nos amó con amor eterno. Dios Padre sale a buscar al hijo pródigo para llevarlo a su casa, la casa de su corazón. Seamos hijos pródigos o los hijos mayores que siempre hemos vivido en esta casa, en este corazón, busquémonos los unos a los otros para que el corazón del Padre sea feliz y esté completo.
Pensar en el corazón del Padre es también volver la mirada a María, nuestra Madre. Ayer celebramos la Virgen de Guadalupe. Aquella que nos cubre con su manto y nos presenta siempre a su hijo. Por eso le decimos más que nunca en este inicio del año de la Misericordia: “Vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos y muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre”.
María es la flor que nace sin pecado. En medio del fango y del barro del jardín del Edén surge esta flor que con su sí, se convierte en un fruto bendito: su hijo Jesús. Mirar a la flor es ver también el fruto. Mirar a María es llenarse de misericordia y esperar al Hijo. Ella es misericordiosa porque nos preparar, nos “alista” para poder ver el fruto de su vientre, Jesús.
Que hoy elevemos una oración sencilla pero sentida, con corazón de niños, con humildad y confianza:
Jesús, todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío. Mi corazón es tuyo Jesús y tu corazón es mío. Mi miseria es tuya y tu misericordia es mía. Lo mío es miseria, lo tuyo misericordia. Déjame entrar por la puerta santa de tu amor. Amén