La oración es una cita con el Médico
de nuestras almas, nuestro Creador y Redentor. El conoce y guarda nuestras
entradas y salidas (Salmo 120), nuestra historia, nuestras heridas, nuestras
miserias y también nuestros deseos de sanar, de vivir y caminar en su presencia
(Salmo 144)
Al hacer silencio en la oración,
acallo mis heridas, mi dolor, mis “por qués”, mis frustraciones y fijo mi
mirada en el Divino doctor. Dejo así que sea Él quien me pregunte por mis
heridas, cicatrices, mi historia.
Me sorprenderé si le dejo hablar. Él
las conoce mejor que yo. Él estuvo y está presente, a mi lado, me ha cargado y
me cargará para que no sufra tanto el peso de estas heridas. Es más, Él ha
experimentado primero estas heridas en su propia carne y por ellas, hemos sido
curados (Isaías 53,5)
Descubro que Él no está tan lejos, no
estuvo tan lejos. Que necesito que Él me cuente mi historia, como lo hizo con
los discípulos de Emaús (Lucas 24). Pedirle que camine conmigo, que se quede en
mi casa, en mi corazón. Que parta su pan en mi presencia, que coma con Él la
Eucaristía y que así yo pueda vivir y alimentarme de sus heridas y de su
Pasión.
Era necesario que Jesús viniese a mi
alma en la oración para que sanase mis heridas con sus manos taladradas por los
clavos, con su mirada penetrante, dulce, suave y serena; con su voz firme y
acogedora; con su presencia paciente y luminosa.
“Cuéntame tú Señor mi historia, la
historia de mi vida, de mis heridas. Sáname Señor, porque Tú eres mi luz y mi
salvación y ninguna herida ni nadie me podrá hacer temblar (Salmo 26)
Toma mis heridas, Señor, son tuyas; y
déjame que las tuyas sean mías. Escóndeme en las mías y yo me esconderé en las
tuyas. Mira tú mi vida, redímela y sánala; mire yo la tuya y acójala con amor y
esperanza.
Que mi soledad y dolor sean ahora
sanados por tu protección y amor. Amigo fiel que nunca fallas, Doctor de mi
alma, Médico de mis llagas y de mis heridas.
Me dan miedo y me avergüenzan mis
heridas. Pero tus heridas fueron tu gloria y el triunfo que presentaste a tu
Padre. Por mis heridas seré victorioso si te las presento a ti para que las
cures y las conviertas en señal de amor y victoria. Con esta señal llegaré al
cielo y me presentaré con confianza ante tu Padre, que es también mi Padre”
¿Cómo hacer una revisión médica
espiritual frente a Cristo?
1. Acto de fe: “creo que Señor que eres el Divino doctor, Hijo de Dios,
encarnado por amor a mí. Vienes a sanarme con tus heridas”
2. Acto de
confianza: “confío en ti Señor porque tus promesas son eternas y
quieres mi bien. Enséñame a conocer mi bien abriéndote mi alma y mis heridas”
3. Acto de amor: “te amo Señor porque me has amado tú primero. Te amo Señor
porque me lo has demostrado con tu amor, con tus heridas que siguen abiertas
para que yo me esconda en ellas”
4. Acto de
entrega: “te entrego mi historia, mi pasado, mi presente y mi
futuro. Con mi historia te entrego los capítulos tristes y los alegres. Mis
heridas, confusiones, dolores, ofensas, traiciones, infidelidades,
indiferencias, pecados, pérdidas, abusos, rencores, todo. Las que he sufrido y
las que he hecho yo sufrir a mis hermanos. Con mi presente te entrego mis
cruces diarias, mis amores, mis dolores. Con mi futuro te entrego lo que soy y
puedo ser, mis anhelos, mis sueños y mis penas futuras”.
5. Acto de
“despojo”: despojarse de toda vestidura,
protección, careta. Desnudar el alma ante Dios, presentarle mis heridas como
son, donde están. No hay nada oculto para Dios. “Así soy Señor, así he
sufrido, están son mis heridas, tú las conoces, aquí te las presento con cierto
temblor pero a la vez confianza. Es mi vida, mi historia, mi identidad. No lo
puedo cambiar, pero sí puedo dejar que me sanes”.
6. Acto de
humildad: “entra Señor en mis heridas, me duele abrírtelas, me
humilla volver a ellas, pero sé que hasta que no sean tuyas, no sanarán. Tuyas
son, habítalas; tuyas son, sánalas”.
Para la oración:
1. ¿Cuáles son
mis heridas? Identificarlas en la oración, repasando la propia vida junto a
Cristo, entrando en nuestro corazón.
2. ¿He
perdonado a Dios? ¿Me he perdonado a mí mismo? ¿Me falta perdonar a alguien?
¿He pedido perdón a Dios?
3. ¿Dónde me
puede dar Dios cita, dónde puedo encontrarle para que me sane? ¿Cómo va mi
oración? ¿Mi cercanía a la Eucaristía? ¿Con qué frecuencia me confieso?
4. ¿Estoy
abierto desde la fe al milagro que experimentaron tantos hombres y mujeres en
el Evangelio? ¿Sé realmente “qué es lo que quiero que Jesús haga en mi corazón?
“Gracias Señor por entrar en mis
heridas, por estar siempre presente, por ayudarme a curarlas, a cicatrizarlas.
Quiero que esta marca que quede sea un recuerdo de tu amor, un compromiso de mi
decisión de vivir confiando en ti.
(Del libro “Sal de tu cielo”.
Autor: P. Guillermo Serra, L.C.)
©Padre Guillermo Serra, L.C. 2015