martes, 22 de diciembre de 2015

MI CARTA AL NIÑO DIOS

 


Querido Niño Jesús:

Te tengo aquí presente en este rato de adoración. Pienso en ti y te pienso. Sí, parece lo mismo pero en realidad no lo es. Muchas veces pienso en ti, me acuerdo de ti, pero no te pienso.  Es como decir que falta algo de camino para que de mi mente llegues a mi corazón. Bueno, en realidad estoy enamorado de ti, pero mucho menos de lo que tú lo estás de mí. Y ese es el camino que quiero recorrer. En el fondo tú ya estás en mi corazón y yo, quizás ni siquiera he llegado al mío porque me falta tanto amor. 

Te agradezco

Hoy quiero agradecerte este esfuerzo de salir de tu cielo para venir a nuestra tierra, a mi tierra de cada día. Tanto tiempo peregrino en busca de la Tierra Prometida y ahora en ti descubro esa promesa, ese amor, esa ternura: Dios con nosotros, Dios conmigo, Dios para mí, en una cueva, en Belén. 

Te tengo en la Eucaristía. Te miro y me miras. No sé quién tiene más admiración, si yo de ti o tú de mí. Me amas y te amo. Naciste ya hecho Eucaristía, hecho pan para comerte, tanta fue tu ternura. Naciste en Belén, que quiere decir “Casa del Pan”. Y con razón María te quería comer a besos. Eucaristía anticipada por aquella que te dio la vida.   

¿Qué me dices, qué te digo?

Esto es lo que me dices hoy: hay que dar la vida, hacerse alimento para los demás. Cada día dejarse comer, ser Eucaristía para los hombres mis hermanos, tus hermanos. En la cueva donde naciste encuentro el ejemplo para lograrlo: la humildad del lugar, el silencio de la noche, la pobreza que elegiste y la mejor compañía: María y José. ¡Qué bien se está aquí contigo! Es una auténtica transfiguración: tu gloria se dibuja en tu pequeñez, tu amor en la sencillez y tu fuerza en tu debilidad. Tres virtudes que deben resonar en mi vida, pero la verdad, ¡qué pronto se me olvidan!

Por eso quiero mirarte y aprender de ti como un espejo de amor. Que tu sonrisa me haga sonreír. Que tu sueño me dé paz, que tu silencio me haga aprender a escuchar.

Quiero adelantarme a los pastores y a los Reyes Magos. Quiero llegar aquí cada mañana el primero. Suena egoísta, pero es que necesito verte, tocarte, olerte y besarte. Eres carne de mi carne, uno como yo, ¡eres real! Quiero que esta experiencia me acompañe durante el día. ¡He tocado, he visto, he abrazado el Verbo de Dios! ¡Ha dormido en mis brazos y ha llorado junto a mí y por mí!
Ser consuelo de tu corazón es mi mayor deseo. Verte dormir mi mayor paz. Ojalá pudiese vivir mi sacerdocio consolándote y diciéndote: “descansa, ahora me toca a mí”. Pero en el fondo, sé que tu corazón siempre está velando y soy yo el que es cuidado por ti. Al menos déjame intentarlo, déjame ser consuelo para tu corazón.

¿Qué te puedo regalar?

Con la emoción de verte entre nosotros, Jesús, no te he traído un regalo. ¡Qué despiste! Otros llegarán al rato con regalos preciosos del lejano oriente o con humildes ofrendas de pastor. Y yo, ¿qué te puedo regalar? Mi vida es tuya, ya lo sabes. Te la entregué hace más de 20 años. Soy pobre, aunque no tanto como Tú. Algo debe quedarme, seguramente mi corazón te puede ofrecer un mayor amor, un esfuerzo más delicado en mi servicio, un desprendimiento más generoso cada día para encontrarme contigo, superando cansancio, tristeza, miedos y apegos. Sí, creo que este será mi regalo, te dejaré aquí mi corazón para que te dé calor, te consuele, te entretenga y te alegre. Así cada día tendré que volver temprano en la mañana para alimentarme de tu amor, de tu mirada y de tu bondad. Con tu corazón en el mío caminaré más rápido, haré más bien al mundo, me amaré mejor y amaré a más personas.

Nos unimos en la Eucaristía

La Eucaristía que celebro cada día será nuestro encuentro, nuestro regalo, nuestro alimento y nuestro recuerdo. Nos uniremos y ya no tendremos dos corazones, sino que el mío se fundirá en el tuyo, mi voluntad en la tuya, mi mirada en la de tus ojos, mi ternura en la de tu amor. 

Belén, casa del Pan, cueva silenciosa del milagro de Dios entre los hombres. Eucaristía anticipada hecha vida, ternura y gozo. En tu humilde morada dejo mi corazón en el pesebre.

Despedida

Me retiro antes de que lleguen los pastores. Me voy sin mi corazón pero sí con el tuyo. ¡Qué gran regalo he recibido a cambio de lo poco que te dejo! Tu amor en mi pecho y el mío en tu pesebre. Descansa, duerme tranquilo. Mañana regreso de nuevo. Tu sacerdote por siempre, 

P. Guillermo Serra, L.C.
NB: no pienses que no me he dado cuenta, ¡tienes la Madre más hermosa del mundo!


Del Libro "Sal de tu Cielo"

De venta en México: http://ow.ly/Te2Vr 

lunes, 14 de diciembre de 2015

HOMILÍA INICIO AÑO MISERICORDIA




¡Venga tu Reino!
HOMILÍA INICIO AÑO MISERICORDIA 

La Iglesia celebra hoy el III domingo de Adviento, que es conocido por el domingo de Gaudete, del Gozo. Es un alto en el camino de Adviento para gozarnos del Señor que está por llegar. 

Nosotros también hacemos un alto y nos reunimos en esta Santa Eucaristía para alegrarnos, gozarnos, cantar de júbilo por que Dios es grande en nuestras vidas el santo de Israel, Jesús, Dios con nosotros. 

En la primera lectura, hemos escuchado: “Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate goza de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos”

Podríamos decir también que estas palabras Dios las dirige a nuestra alma, amada por Dios con amor misericordioso. Sí, Dios nos ama tanto que incluso se goza y se complace en nosotros. Nos ama con amor gratuito, sin límites, sin esperar nada en cambio. El Señor ha cancelado mi condena, mi miseria, con su misericordia y ha expulsado a los enemigos de mi alma: la tristeza, el odio, la indiferencia. Por eso nos alegramos con alegría profunda. 

“El Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta”. Sofonías nos presenta a Dios como un guerrero que salva. 

Qué lucha tan grande tiene que hacer Dios en nuestras vidas para que acojamos su misericordia. Es la lucha para ser Salvador y Redentor. ¡Cuánto nos cuesta ser vencidos por Dios y por su amor misericordioso!. 

Se nos olvida pronto que Dios es siempre nuestra victoria. Sí, aunque parezca extraño, cada vez que Él pierde nosotros ganamos. Él es nuestra victoria en cada Eucaristía: Él muere, nosotros vivimos. Es un guerrero que nos gana con su amor misericordioso. Nosotros tan solo tenemos que pasar al frente y presentarle nuestra miseria… esa es nuestra única batalla: reconocer y presentar nuestra miseria y la victoria estará siempre asegurada por su amor. 

Por eso, no podemos dejar de estar alegres: qué fácil es ser cristiano cuando se deja uno abrazar por la misericordia del Dios vivo. San Pablo nos lo recuerda en la carta a los Filipenses: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca.

El Señor está cerca y por eso estamos alegres. Es un Dios cercano que nos carga y nos sostiene. Esta es nuestra verdadera alegría, Dios se hace peregrino con nosotros y nos carga con amor de Buen Pastor. Dejemos a Dios ser Dios, dejemos que Él nos alegre cargándonos en sus hombros misericordiosos. 

Nuestra visión del mundo, de mi hermano, y de mí mismo cambiará. Ya no será egocéntrica mi visión sino Teocéntrica, con Dios al centro. 

El logotipo del año de la Misericordia representa a Jesús buen Pastor cargando en sus hombros al hombre herido, apaleado, cansado y fatigado por el pecado. La cabeza de Jesús y la del hombre, están pegadas, a la misma altura. Y tiene un detalle profundo que explica muy bien lo que es la miseria del hombre y la Misericordia de Dios. El ojo derecho de Cristo y el izquierdo del hombre es el mismo: solo hay tres ojos, no cuatro. ¿Qué quiere decir esto?

  1.  Si somos cargados por el amor de Dios, nuestra visión cambia radicalmente. Dejamos de ver con ojos humanos y nos vemos y vemos a los demás con los ojos de la Misericordia
  2. El amor de Dios no es un amor de justicia y de castigo, se hace uno de nosotros para mirarnos a la cara y decirnos con su cercanía: te conozco, te amo, te sostengo, camino contigo y te cargo con ternura. 
  3. Dios con nosotros, hecho hombre experimenta experimenta el llanto del hombre y el hombre, elevado por Dios, experimenta la alegría del Amor verdadero, incondicional, eterno. 






Limpiarse cada día es dejarse abrazar por el amor incondicional de Dios. Dejarse tocar, cargar y escuchar también como nos dice: “ve y haz tú lo mismo”. Experimenta mi Misericordia y sé tú también misericordioso. 

Conocer el amor de Dios, ser cargados por Él, ser curados tiene un precio: el del hermano. Si se es amado por Dios, no se puede no amar al hermano. 

Cruzar la Puerta Santa más que nunca significa entrar en el corazón de Dios para que desde dentro también pueda buscar a mi hermano, quien también vive en el corazón de Dios. 
Dios Padre nos amó con amor eterno. Dios Padre sale a buscar al hijo pródigo para llevarlo a su casa, la casa de su corazón. Seamos hijos pródigos o los hijos mayores que siempre hemos vivido en esta casa, en este corazón, busquémonos los unos a los otros para que el corazón del Padre sea feliz y esté completo.

Pensar en el corazón del Padre es también volver la mirada a María, nuestra Madre. Ayer celebramos la Virgen de Guadalupe. Aquella que nos cubre con su manto y nos presenta siempre a su hijo. Por eso le decimos más que nunca en este inicio del año de la Misericordia: “Vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos y muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre”. 

María es la flor que nace sin pecado. En medio del fango y del barro del jardín del Edén surge esta flor que con su sí, se convierte en un fruto bendito: su hijo Jesús. Mirar a la flor es ver también el fruto. Mirar a María es llenarse de misericordia y esperar al Hijo. Ella es misericordiosa porque nos preparar, nos “alista” para poder ver el fruto de su vientre, Jesús. 



Que hoy elevemos una oración sencilla pero sentida, con corazón de niños, con humildad y confianza: 
Jesús, todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío. Mi corazón es tuyo Jesús y tu corazón es mío. Mi miseria es tuya y tu misericordia es mía. Lo mío es miseria, lo tuyo misericordia. Déjame entrar por la puerta santa de tu amor. Amén